martes, 7 de abril de 2015

El pasado que pulsa

  El después es otra historia, una historia larga y llena de laberínticos recovecos que debí sortear sin equivocarme en ninguno de ellos para encontrar la salida como cuando entraba de joven en esas casas a escondidas. Debí ordenar los sucesos de aquel día y hacer mi historia tan concisa y creíble que en todos y cada uno de los “interrogatorios” a los que fuimos sometidos muchos de nosotros por los medios de prensa, abogados del menor que había quedado involucrado, la sociedad en sí, los fieles y las autoridades…no cambiase un ápice mi historia: yo había estado hasta después de la cena en el comedor, ayudé a limpiar como lo hacía siempre y luego me fui a dormir agotado pero feliz por la tarea que Dios me había encomendado que era velar por sus hijos. Fui a quien todos querían entrevistar porque estaba a cargo de aquel lugar entonces y mi imagen se difundió por toda la zona a medida que el padre del menor defendía con uñas y dientes a su hijo sembrando dudas sobre otros posibles asesinos; todos hombres ya que se comprobó la violación y que la menor hasta entonces era virgen.
Durante un tiempo hubo más de un sospechoso, no se descartó a nadie, ni a mí, pero luego fue quedando solo aquel menor y los testimonios de quienes lo vieron acostarse con los cabellos mojados ya muy tarde esa noche y lo que entonces era conocido por ellos: que él y Anika eran novios. Lo que era un juego de niños acabó incriminándolo.
Ahí hubiese quedado esta historia de mi segundo asesinato de no ser por esas fotos mías e imágenes que se difundieron todo ese tiempo; él hubiese sido encarcelado y más tarde juzgado y el cuento se hubiese terminado sin más preámbulos…pero justo entonces, en ese preciso momento en que ya veía la salida de ese laberinto que supe recorrer con mucha cintura, una puerta apareció de la nada y me quedé encerrado y vuelta a empezar con la mentira.
Todo sucedió así:
De aquellos tiempos en que estuve fuera de mi pueblo y viví como desee mi vida apareció una mujer en un destacamento policial contando historias sobre mí, la droga, el alcohol y una forma de sexo pervertida que involucraba poses y situaciones en el agua. Era una de esas prostitutas que supe frecuentar y pagar mucho más de lo que realmente valía para satisfacerme. No era gran cosa, era solo basura, pero bastó para sembrar la duda y hacer que aquellos mismos medios que supieron verme para preguntar sobre “mi obra” entonces me buscaran para hostigarme y lograr una entrevista más profunda sobre mí ese día; para que le hicieran notas a cuanta puta había en esas calles que aquella dijo supe recorrer y saber más de mi pasado negro. Bastó para que el padre de aquel joven pusiera a investigarme a un grupo de personajes venidos de otra parte y hasta para que mi padre me hiciese jurarle que todo lo que estaba escuchando eran solo mentiras sobre mí.
Hubo momentos en que me sentí acorralado. Momentos en que quería que el mundo me tragara antes que ser descubierto como realmente era y deseaba despertar y ver al fin que todo había sido un sueño. Corría adrenalina noche y día por mis venas aunque mi semblante, ante los demás, era el de un ser inocente acusado injustamente.
Recuerdo haber ido varias veces a cuanto lugar fui citado por las autoridades y levantarme y acostarme muy cansado, el desgaste emocional y mental fue notorio al cabo de un tiempo: no podía dormir, apenas si comía y mi participación en la iglesia era solo estar tras mi padre, hacer presencia; si bien nuestros fieles se mantuvieron apoyándonos hubo momentos en que me pareció notar espacios vacíos en los bancos, que empezaba a faltar gente a los sermones. Mi padre gritaba mi inocencia a los cuatro vientos implorando a su Dios que la verdad saliera a la luz y yo solo pensaba en cómo ir desatando los nudos que supe hacerme en el cuello tiempo atrás viviendo esa vida en ese pueblo. La casa de mis padres, lugar donde vivía por entonces, fue allanada tantas veces como las autoridades creyeron necesario y nadie, ni mis padres ni yo, opuso algún tipo de resistencia a tales actos; nos revolvieron todo, dieron vuelta nuestras cosas y ni las piedras de la entrada principal se salvaron de ser levantadas en busca de “algo” que diera por tierra con mi coartada o mi imagen de “moralmente correcto”. Cuando allí no hallaron nada fueron por la iglesia y al mismo tiempo por la casa de mis abuelos en aquel pueblo donde supe estar. Tampoco hallaron nada. Si me hubiesen preguntado se hubiesen evitado el tiempo y los recursos empleados en vano porque les habría dicho que nada encontrarían que delatase mis actos, les habría contado que lavo mis manos cada vez que toco algo, que no tomo manijas de puertas sin limpiarlas luego o usar guantes, que no bebo ni como nada en ningún lado salvo mi casa, que me depilo el cuerpo entero día por medio y me peino el cabello con un peine muy fino varias veces al día arrojando los pelos que se sueltan( como aquellos que saco del desagüe cada vez que me baño )al incinerador que hay en el patio donde se quema la basura. Todo eso les habría dicho, como que puedo estar meses sin relacionarme sexualmente con nadie y cuando lo hago todo debe estar limpio, hasta ella, y que en mi pueblo jamás toqué a nadie ni con la palabra: siempre fue fuera de éste. El llegar a ese grado de meticulosidad no requirió ni uno ni dos ni tres años, me llevó prácticamente toda la vida y aún sigo evolucionando conforme avanza la ciencia y las formas de atrapar asesinos…porque aunque me lo niegue eso soy.

La persona menos esperada fue quien me sacó de esa lista de sospechosos: la prostituta a quien solía pagarle las facturas de luz y hasta llevar a comer para que luego hiciera su parte en mis fantasías sexuales. Apareció de la nada y echó por tierra tanto en los medios de prensa como en el destacamento donde hizo su declaración todo lo que se decía de mí, acusó a varias prostitutas de su zona de haber cobrado por difamarme e inventó una historia sobre mí donde yo solía recorrer esas calles de noche predicando la palabra de Dios y buscando hacer que aunque sea una de ellas cambiara sus hábitos y se volcaran a cuidar de sus hijos y estudiar; dijo haber dejado esa vida gracias a mí y ser entonces una madre presente. También nombró los lugares a donde solía llevarla y pagarle una comida decente mientras le predicaba y aquellas estaciones de servicio en las cuales me detenía a pagar sus servicios de luz y gas para que sus hijos no sufrieran esas necesidades. Ya casi había olvidado su cara para cuando apareció día y noche en los noticieros defendiéndome, para ella parecía haber sido un santo caído del cielo que estaba siendo juzgado injustamente por simples mortales; hasta yo me sentí un inocente cuando las cámaras enfocaron sus ojos empañados por las lágrimas una de esas veces en que la entrevistaron.
Luego de ella otra conocida dio fe del cambio obrado en ella y en su vida de la noche a la mañana, la señalaron como un ejemplo a seguir si realmente deseaban dejar esa vida miserable y comenzó otra etapa de esta historia donde ella se volvió popular y mejoró su posición económica, pero eso, como dije, es otra historia. El caso que realmente importa es que ella me sacó de entre los sospechosos y volví a mis labores fortalecido y renovado para hacerme cargo nuevamente de la iglesia, aproveché entonces todo lo sucedido para armar mis sermones con base en las injusticias y justicia divina y mis fieles crecieron hasta no caber todos ellos en la iglesia y terminar agolpándose fuera de la misma para tan solo escucharme. Toda una multitud alentada por los medios me hizo intocable; impoluto como la túnica que solía vestir para cada ceremonia.

El caso es que una noche, ya muy tarde, estando a punto de cerrar las puertas de la iglesia se acercó una mujer hasta mí y me dijo:
-Estamos a mano- entonces levantó la cabeza y con sorpresa descubrí que era ella. Ya habían pasado años de aquel suceso, el muchacho cumplía una condena de 15 años por asesinato, yo seguía dirigiendo la iglesia y estaba casado, y ella estaba más vieja y encorvada que antes.
-…Por qué…-quise preguntarle por qué me había defendido aquella vez y de tal modo pero no me dejó, solo se volvió y caminando hacia la salida repitió:- Ya estamos a mano- y agregó-, me salí de esa vida por ti, porque jamás antes tuve miedo hasta conocerte. Jamás te cruces en mi camino-dijo mirándome por lo bajo- porque no dudaré en matarte.
Nunca la volví a ver, pero juro que en sus ojos vi a un igual.

viernes, 20 de marzo de 2015

La boca que pare los silencios

Caminamos por un pasillo revestido de blancos azulejos que alguien se esmeraba en mantener limpios a fuerza de desinfectantes; el olor era muy fuerte. Pasamos varias puertas que quien nos guiaba tuvo abiertas hasta estar del otro lado y al final fue en aquellas últimas de color marrón donde señaló que estaban los cuerpos. Entramos. El olor era el mismo pero más penetrante. El médico autopsiante que nos recibió preguntó casi en un susurro a la anciana si aún quería hacer aquello y ella, aferrando con fuerza mi mano, asintió, entonces nos acercó a una especie de heladera que tenía varias puertas del tamaño de las nicheras que había en los cementerios y tiró de la manija de una de ellas hasta que una cama de acero que contenía el cuerpo embolsado apareció frente a nosotros. El frío que salió de allí nos heló el aliento. La anciana comenzó a temblar apenas ver aquella bolsa y sentí como su cuerpo todo se estremecía por la angustia, entonces comencé a rezar, lo hice despacio para que ella pudiese seguirme en el momento en que se sintiera más fuerte y así fue: rezamos pidiéndole paz a ese dios que todo lo ve y lo juzga como un padre recto que castiga o da fortuna a su mero antojo; le pedimos por un alma que debía habitar en ese cuerpo y yo hice salir como a demonios con fuego; ella la lloró y yo la alenté a “caminar por los senderos del señor dejándose guiar desnuda de miedos”, le hablé como si realmente me escuchara y le prometí la vida eterna que se ganan quienes sufren en silencio; le dije que su dios estaría allí, en ese paraíso que las sagradas escrituras nos han prometido, para recibirla, que él la protegía desde ahora y para siempre. Fue muy emotivo. Hasta casi me creí mis propias mentiras. Una vez que hube concluido hice la señal de la cruz en mi frente, luego en la de la anciana y poniendo mi mano sobre la bolsa cerrada con un cierre miré fijamente al médico que estaba frente a mí y pregunté si podía hacer la señal también sobre su frente para despedirla cristianamente. Él pensó un momento, dudó en abrir la bolsa pero al final lo hizo y dejó al descubierto aquel rostro que alguna vez fue hermoso mostrándonos lo que quedaba de él: una máscara blanca de violetas labios que jamás volverían a besar ni sonreír porque yo les di muerte. Toqué su frente y un escalofrío me recorrió de norte a sur llenándome de vida. Pensé en ese momento que así debía sentirse ser Dios. Desee besarla, ese fue el impulso que reprimí ferozmente, desee morderla y arrancarle un pedazo de ser posible, comérmela…ella no merecía ir a la tierra, merecía mis infiernos.
Ella ahora solo era un pedazo de carne que sería abierta y examinada de pie a cabeza para saber cómo murió y luego de descubrirlo buscar a quien provocó esa muerte, ya no era nada, pronto se reduciría a materia, se hincharía como esos perros que muertos se llenaban de gusanos y de un día para otro se les vaciaban los ojos y toda esa masa asquerosa que se los comía se movía bajo la piel como si el animal respirara; esos que me robaban mañanas y tardes enteras observándolos hasta que solo los huesos y parte de esa piel les quedaba, así sería ella: alimento de gusanos.

Todo el camino de vuelta la anciana lloró desconsoladamente sobre mi hombro. Hablaba cosas que no recuerdo sobre Anika; se culpaba de su triste final. Tras las ventanas del automóvil la vida parecía moverse a otro ritmo, el mundo estaba vivo y nosotros, ella y yo, parecíamos habernos detenido.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Imágenes de agua



Hubo un gran movimiento, recuerdo, para dar con ella en esas horas luego de su desaparición; hubo grupos de a pie rastrillando, buzos que mandó el gobierno del distrito al que pertenecíamos, helicópteros, lanchas de prefectura y hasta perros entrenados para rastrear. A las 24 horas de desaparecida ya buscábamos a un muerto; yo lo sabía y ellos tenían la intuición que así era.
El campamento estaba lleno de gente extraña a éste. A los niños que hasta entonces habían disfrutado de él se los llevaron sus padres en la semana subsiguiente a que esto tomase estado público desperdigándose por todos lados gracias a los periódicos y medios audiovisuales y habían sido sustituidos sus lugares por periodistas, policías, bomberos, curiosos y todo el resto de la gente que ayudaba en la búsqueda. El disparador de tamaña movilización, supe luego, fue la noticia de que aquel muchacho a quien para entonces ya todos señalaban como el último en haberla visto no era nada más ni nada menos que el hijo de un prestigioso abogado que se hallaba vacacionando en nuestro pueblo; conocí a este hombre una de esas mañanas en que nos preparábamos para salir a rastrillar a la vera del río: era un hombre rollizo y de pesado andar que solo se preocupaba en saber detalles de aquella noche como preparándose a defender a su hijo penalmente, de ser necesario; no le importaba nada más que eso, ni las búsquedas ni los resultados de ellas. Para entonces ya todos habíamos tenido que concurrir al destacamento para dar nuestra versión de los hechos de ese día y solo aquel muchacho era señalado como el último en haberla visto.
Yo estaba tranquilo, siempre lo he estado en estos casos, veo las cosas como un espectador luego de lograr mi cometido, me veo desde lejos y soy tan inocente como cualquier otro; a veces hasta olvido lo que hice, los detalles…y solo cuando los leo en el periódico lo recuerdo. No soy un asesino, nada de eso, soy un simple hombre que ve la vida de otra forma y la siente así también.

Al segundo día de desaparecida al fin la encontraron, estaba su cuerpo atorado entre unos troncos podridos en la rivera y hasta allí de lejos la habían arrastrado las aguas caudalosas del río, unos cinco kilómetros desde el campamento, hasta donde el caudal era menor y el río se abría en varios brazos para volverse a juntar más adelante. Yo no estaba en ese grupo que la halló, recuerdo que fue un grupo de bomberos y algunos parroquianos que apostaron( por saber de esas corrientes) a que allí la encontrarían y así fue. No tenía ropa, eso supe, y su piel era del color de la luna; imaginé sus cabellos flotando en ese cuerpo inerme y el agua lavándola toda a cada hora, cada segundo…y la idea de esa imagen me erizó los cabellos: era tan sensual…
Quise ir a verla pero el movimiento de automóviles y personas fue tal que cuando llegué ya se la llevaba el camión de la morgue; el lugar fue perimetrado y solo los peritos y la policía quedó trabajando allí. Todos estaban horrorizados por el estado en que la habían encontrado, el sitio, la hinchazón del cuerpo, pero al final daban gracias de que podría tener cristiana sepultura y sus padres no habían llegado en vano a buscarla ya que muchas veces este mismo río se tragó a más de un cristiano y jamás nadie supo de él ni tuvo donde llorarlo.
Yo solo quería verla. Necesitaba verla por última vez antes de que la llevasen a su ciudad y le diesen cristiana sepultura. No me importaba nada más que eso: verla; y con tal de cumplir mi propósito era capaz de todo.
Esa noche no dormí pensando en cómo hacer para entrar en la morgue. Sabía que al día siguiente la llevarían y ya no tendría oportunidad; pensé en violentar una puerta, en fingirme un ayudante y hasta en ir con la excusa de rezar por ella como guía espiritual que había sido en todo ese tiempo…pero ninguna de esas ideas cuadraría en el después, en cuando se supiera qué causó su muerte y se hicieran la pregunta del porqué mi interés por ella, así que idee otro plan que me dejaba como un mero acompañante y amigo de la familia y no como un sospechoso: fui acompañando a su abuela luego de convencerla subrepticiamente de despedirla juntos en un rezo.
Apenas subir el primer escalón del acceso principal de aquel lugar me enfrenté a mi imagen en los grandes ventanales de las puertas y fue una revelación grotesca de lo que somos y lo que parecemos ser realmente: ahí estaba un joven desgarbado y pulcro llevando del brazo a una anciana exhausta de tanto llorar la muerte de su nieta y no un monstruo oportunista que buscaba ver por última vez las consecuencias de sus actos. A los ojos de cualquiera yo era un “enviado de Dios”, y así me sentía.







martes, 10 de febrero de 2015

En las manos del río



De la desaparición de Anika se dieron cuenta cerca del mediodía, para entonces yo había estado haciendo las tareas de costumbre en los horarios normales y era un día como cualquier otro en el campamento. Una de las coordinadoras que era quien la tenía a cargo recuerdo que se llegó hasta mí y me dijo que la cama de Anika estaba ordenada como la había dejado la tarde anterior y que hasta entonces no la había visto ni para el desayuno, le pregunté si no había dormido en algún otro lado quizá, o si podía ser posible que haya salido a caminar temprano y me contestó que toda su ropa estaba en su cabaña y que el último lugar en que la habían visto era en el balneario. Fuimos hasta allí y fui el primero en meterme en el agua fingiendo buscarla en el fondo ante la preocupación de su coordinadora de que se hubiese ahogado; tras de mí se metieron otros y otros y otros hasta que la preocupación se volvió casi una certeza de que estaba ahogada allí. Obviamente yo sabía que no era ese el lugar en que debíamos buscar si queríamos encontrarla pero dejé que alguien más arrojara la idea de que hubiese cruzado la muralla de piedras y nadase río abajo, entonces salimos de allí y comenzamos a caminar bordeando el río mientras algunos gritaban su nombre y otros conjeturaban sobre su suerte.
-Creo que un grupo debe buscar en los alrededores del campamento- dije antes de que todos siguiéramos alejándonos más y más-, puede que le haya sucedido algo y necesite ayuda y no así que esté en el agua como creemos. También puede que haya salido a caminar temprano sin haber avisado nada, todo puede ser, así que propongo que un grupo vuelva y espere en el campamento y otro salga a buscarla por el camino y sitios aledaños mientras nosotros seguimos un poco más adelante-. El grupo se dividió en tres y yo me quedé con quienes la buscaban a orillas del río.
A media tarde volvimos sin haber hallado nada. Todos ellos hablaban de que seguramente la verían en el campamento al llegar y solo yo sabía que no sería así; mientras ellos hablaban yo iba pensando el segundo paso a dar para no ser quien cayera en mi propia trampa: apenas regresar debía ir al pueblo a dar aviso a la policía de que un miembro de mi equipo se encontraba perdido. Llegamos y luego de escuchar atentamente el parte de quienes la habían buscado por los lugares indicados tomé la camioneta y fui al pueblo acompañado de la coordinadora principal de los ayudantes que teníamos a cargo; ella había estado hablando con todos y cada uno de aquellos que vieron a Anika la tarde anterior y todos señalaban a ese muchacho como al último que estuvo con ella, algunos hasta lo habían visto acostarse muy tarde esa noche y tener aun los cabellos mojados al hacerlo.
Yo solo escuchaba, no decía nada, nada opinaba, solo escuchaba y como mucho me arriesgué a decir que quizá si ese joven era su novio, como algunos decían, esa noche podía ser que hubiesen discutido y ella hubiese vuelto a casa de su abuela. Todas las hipótesis sobre dónde estaba esta niña hasta entonces eran válidas. Luego de arrojar esta idea de que quizá ella pudiese estar con su abuela la coordinadora decidió llamar a una de las mujeres que cuidaban a la anciana para evitar el escándalo en caso de ser así; esto de dar aviso a la policía debía ser el último recurso, como en un caso de desaparecidos, y no el primero. La comunidad era muy pequeña y nos conocíamos todos, nada malo solía suceder nunca salvo por aquella muerte jamás resuelta de la cajera del supermercado hacía años. Llegamos al pueblo y ella entró en la cabina telefónica de la estación de servicio para hacer la llamada, yo me quedé esperando sentado al volante mientras ella se anoticiaba de lo que yo ya sabía; en todo ese tiempo que tardó pensé y pensé cómo sería la mejor forma de recibir la noticia de que al final no se hallaba allí: si debía sorprenderme o preocuparme o solo no decir nada y manejar hasta el destacamento; opté por lo segundo, puse me mejor cara de preocupación y con muy pocas palabras le hice saber qué tanto debíamos hacer de aquí en más.
Fuimos al destacamento y dimos aviso a eso de las siete de la tarde. Volvimos con la policía al campamento y ellos nos organizaron para comenzar una búsqueda más intensiva que la ya hecha, hablaron con todos los que habían estado con ella esa tarde y noche y ya sabiendo que el último lugar donde fue vista era en el río se decidió bordear el mismo con la mayor cantidad de voluntarios posibles y buscar entre los altos arbustos en los alrededores por si cabía la posibilidad de que se hubiese accidentado fuera del agua. Para la tarde-noche llegaron los bomberos también y la gente del pueblo se sumó a la búsqueda; ya de noche todo el lugar estaba sembrado con luces de linternas y el viento acallado por los llamados a la niña-muerta: “¡Anika!”; se escuchaba por todos lados buscando una respuesta que jamás llegaría…

viernes, 30 de enero de 2015

La ira



La noche en que murió Anika era hermosa y calma, no había viento, apenas si una brisa recorría tibiamente el lugar; tengo un recuerdo muy vívido de ella como de cada una de las mujeres que tomé para mí, pero con ella la diferencia radica en que me eriza aún la piel pensarla. No tenía planeado matarla, eso no se planea realmente, se hace una idea mental de cómo puede llegar a ser, cómo actuará, cómo actuaré…pero no hay una planificación que prevea todos los detalles ni la hora exacta ni si se logrará el objetivo buscado y salir ileso. Sobre todo salir ileso.
Hasta entonces su compañía había sido más que grata y me gustaba hurgar en su intimidad tanto como pensarla, pero estas cuestiones del cuerpo y sus deseos( que jamás se entienden con la mente y la razón)me jugaron una mala pasada una de esas noches en que la observaba escondido entre los arbustos cercanos a la luz que iluminaba el balneario. Había un muchacho con ella disfrutando del agua, recuerdo, hablaban y reían contándose cosas de sus pueblos y familias; él era un ayudante igual que ella y también estaba de paso; quizá tenía solo un par de años más. Estaban solos (eso creían) y por ello se arriesgaron a mostrar lo que sentían uno por el otro sin tapujos: se acariciaron y susurraron cosas inaudibles para mí haciéndome arder ese fuego en el pecho que siempre me arde cuando comienzo a enfurecerme; se besaron tiernamente buscando las sombras para ese contacto piel a piel entre el agua y juro que sentí a mi furia como a un ser envilecido buscando venganza desde las entrañas; no era yo, no era nada controlable, era como un demonio al que habían despertado y necesitaba saciar su sed de sangre. Anika era MÍA, yo la había traído hasta allí, por ella había hecho todo eso, por ella seguía allí…y entonces me engañaba…En ese momento quería matarlos a ambos pero no lo hice. Esperé, esperé pacientemente a que él se retirara y ella quedara sola; solía estar hasta muy tarde en el agua, le gustaba hacerlo:
-Qué diría tu abuela- dije entonces prendiendo un cigarrillo. Ella se asustó, se quedó un momento quieta mirando hacia el rincón donde me cubrían las sombras y luego de reconocer mi voz se acercó un poco.
-No he hecho nada malo- adujo-, él es solo un amigo.
La miré mientras fumaba intentando calmarme pero fue imposible hacerlo, el solo pensar que se había dejado tocar por alguien más, besar…me asqueaba, ¡enloquecía!. Le ofrecí mi cigarrillo y se acercó a tomarlo. Fumó torpemente como lo hacen los que improvisan un saber que no tienen. Se notaba desesperada por crecer y ser parte de este “mundo de los grandes”, dejar de obedecer órdenes, ser independiente.
-Anika- susurré buscando que sintiera mi complicidad en su secreto-, tu abuela no se enterará por mi boca, ten eso por seguro.
-Gracias- dijo sonriendo y pareció aliviada.
-¿No tienes frío en el agua a estas horas?- pregunté buscando que me invitase a entrar con ella.
-No, está hermosa, tibia. Entra- dijo al fin-, nadar antes de ir a dormir me relaja.- agregó.
Entré al agua y me moví lentamente sin salirme de las sombras. Ella nadaba bajo la luz del farol invitándome a seguirla pero yo no quería ser visto por nadie ni escuchado. La veía ir y venir frente a mi alegremente y solo pensaba en lo que momentos antes había hecho con ese muchacho, en cómo había gemido suavemente al ser acariciada y besada, en cómo se había entregado a sentir…Vi a una maldita perra que no tuvo remiendo en engañarme. Estaba sucia, ya no era la inocente niña que me había atrapado como a una luciérnaga en una botella y podía hacer conmigo lo que deseara, no era digna siquiera de mi piedad ni mi tiempo.
El agua era verdad: estaba hermosa. Me hundí y nadé un poco hacia un lado y hacia otro rondándola sin salirme ni una vez de aquellas sombras; ella se giraba cada vez al verme aparecer en uno y otro lado y hablaba de cosas que yo no escuchaba ni quería, tenía una necesidad vehemente de crear un vínculo conmigo como lo hacen los niños que se saben en falta y buscan asegurar que su pecado jamás se conozca. Por debajo del agua pasé junto a sus piernas un par de veces y cuando salí solo me preguntó qué estaba haciendo, le contesté que el agua no estaba tan turbia esa noche y por la luz del farol se veía claramente el fondo, ella y hasta las piedras. Se hundió conmigo curiosa de ver lo que yo veía y fue entonces cuando le tomé las manos para que no me rasguñara y la aplasté en el fondo pisándole con fuerza el pecho; se retorció unos interminables momentos en que apretando los dientes solo me afané en cerciorarme que nadie estuviese mirando. Las burbujas que dejó escapar me golpearon la cara. No tengo idea de cuánto tiempo estuve aferrándole las manos y pisándola pero pareció mucho, aún después de que dejara de pelear no dejé de hacerlo hasta estar completamente seguro que había muerto, entonces quité mi pie de su pecho, la atraje hacia mí( era liviana como una pluma)y la abracé; me quedé largo rato sosteniéndola contra mí y toda esa furia, ese enojo…desapareció. Por fin era mía; ya nadie podría quitármela.
Recuerdo haberme enredado en su pelo impregnándome de su olor, de su perfume, haberla acariciado como a un ser maravilloso, perfecto, y haberle hecho el amor como jamás ese maldito niño podría habérselo hecho. Pasé gran parte de la noche con ella. Todos dormían menos yo. Cuando comenzaba a amanecer levanté su cuerpo y lo arrojé hacia el otro lado de las piedras que amurallaban el balneario; el río se lo tragó furiosamente apenas unos metros más allá. Entonces, solo entonces, me fui a dormir.

sábado, 17 de enero de 2015

La paciencia del perro

Anika comenzó a ir al campamento el fin de semana en que éste se puso en marcha, quedó a cargo de las mujeres que ayudaban en la iglesia y con ellas iba y venía del pueblo diariamente; una vez que llegaran a instalarse los primeros contingentes de estudiantes todas ellas se quedarían a vivir días enteros en el lugar y nada sería más propicio para mí. Por el momento solo la veía disfrutar del espacio y hacerse de amigas, compartir almuerzos bajo los frondosos árboles que techaban el lugar y sacarse fotografías para enviar a sus padres, quizá. A veces la veía escribiendo en un cuadernillo azul que sacaba de su mochila pero en general socializaba, las otras jovencitas no la dejaban estar sola y vivían reclamándola cuando iban a bañarse: “Anika, ven que el agua está hermosa”(me parece hasta escucharlas nuevamente…), y ella iba.

La segunda semana llegaron los micros cargados de niños. Llegaron temprano, recuerdo, yo dormía aún en mi cabaña cuando escuché el alboroto y los motores y cómo se quebraba el silencio con las risas. Miré por la ventana y en algunos de ellos me vi reflejado cuando yo tenía esa edad y ese entusiasmo: venían a vivir LA experiencia de verano y eso era especial, muy especial.
Me vestí, lavé la cara y peiné con esmero mirándome en el pequeño espejo que colgaba de la madera que tenía por pared; la raya hacia un lado debía estar perfecta, como siempre, y mi ropa pulcramente organizada por días y horarios a usar: ese día me tocaba vestir pantalones largos y camisa blanca para recibirlos, lo recuerdo, y lucir mi mejor sonrisa al darles la bienvenida. Eso hice. Fui hasta quienes habían traído a los niños y aquellos que los acompañarían los días que estuviesen (padres y otros familiares) y luego de los trámites lógicos en estos casos los invitamos a desayunar en los gazebos que habíamos armado para tal fin. Comimos, charlamos de lo que pretendíamos brindar este año y a lo que apuntábamos conseguir el siguiente con la iglesia y luego les mostramos los espacios que poseía el lugar para poder disfrutar; más tarde los dejé con mis ayudantes y volví a mis tareas. Más allá del fin principal que había tenido todo ese despliegue no puedo dejar de mencionar que el dinero recibido por cada uno de los visitantes excedió nuestras expectativas.
Esa mañana acabaron de llegar mis ayudantes y se instalaron en sus cabañas y por la tarde llegaron los jóvenes voluntarios que habíamos reclutado, entre ellos Anika. Ella iba a vivir su experiencia de campamento en una cabaña cercana a la mía que sugerí a los coordinadores para los voluntarios, y desde donde podía observarla cuanto deseara noche y día desde mi cabaña. Su abuela supo encargármela mucho ese último jueves que fui al caserón y la tranquilicé diciéndole que Dios nos cuidaba a todos.
Las tareas en el campamento eran recreativas pero con los días se volvieron monótonas para quienes estábamos a cargo de los niños o velar por el bienestar de quienes llegaban de visita: dos veces al día iba al pueblo en busca de las cosas necesarias para hacer de comer, asearnos o curarnos; ayudaba en la cocina, barría y limpiaba los lugares donde estaban las mesas de madera y los bancos; ayudaba a tender ropas en los cordeles más allá y hasta vigilaba junto a otros a quienes se metían a bañar al río. Cada decisión a tomar pasaba por mí o por mi padre (que solía estar bien poco) y a nadie más despertaban a cualquier hora de la noche por cuestiones que surgían de improviso como era que algún niño tuviese fiebre y debiera llevarlo al hospital o que algún animal se hubiese metido en alguna cabaña y debiese sacarlo. Fue mi idea y mi carga. Lo único bueno que rescato de tanto trabajo son las tardes en que quienes trabajábamos allí nos recreábamos en el río disfrutando de la jornada concluida, esos en que luego de cenar nos juntábamos para charlar y reír contándonos lo sucedido ese día y compartíamos un cigarrillo o una cerveza en el pedregullo que hacía de playa para bajar al balneario del río; la sonrisa de Anika al probar por vez primera el alcohol y verla desvestirse para irse a dormir en su cabaña. Rescato su rostro de ángel iluminado por la luna en su cama bajo la ventana: suave, delicado, bello como la misma luna alumbrándolo todo esas noches; las sombras y las luces y el cielo preñado de estrellas. Todo eso rescato. Estarme enamorado nuevamente pero de esta niña rescato, levantarme muy temprano para ser yo quien le sirviera el desayuno y no otro apenas verla aparecer en la cocina( siempre buscando no mostrar demasiado interés en ella), llevarla a casa de su abuela cuando debía llevar a otros a ver a los suyos al pueblo y hacerla sentar cerca, rescato, verla nadar bajo la luz que alumbraba el balneario escondido entre las plantas, rescato; disfrutarla de lejos, rescato, desearla tanto…
Cada noche me acostaba pensándola, me desvelaba imaginándola entre mis brazos, la soñaba desnuda mirándome bajo el agua mientras se dejaba acariciar…Me obsesionaba la idea de tenerla, me enfermaba cada vez que se quedaba en casa de su abuela por una o dos noches y todo el lugar sin ella parecía vacío para mí, no tenía sentido esa empresa. Luego la traía y todo yo renacía desde las entrañas como un árbol quemado que se niega a morir: me apretaba el pecho un sentimiento de alborozo que no podía disimular aunque quisiera y ese lugar, el campamento, era el mejor lugar del mundo donde estar.

miércoles, 7 de enero de 2015

Mi coto de caza



  Para cuando comenzó el campamento de verano mi padre ya podía hacerse cargo de los sermones del domingo pero yo seguía visitando a mis fieles seguidoras en sus casas. La mayoría de ellas eran mujeres sexagenarias que insistían en ser visitadas para tener con quién tomar el té y hablar de Dios y todo aquello que las tenía preocupadas entonces, por la edad o por sentirse enfermas, y necesitaban imperiosamente que alguien les dijese que había un “más allá” de esta vida terrenal. Por supuesto: yo iba.
Iba más que nada no solo por las contribuciones que todas y cada una de ellas hacía a nuestra iglesia, sino también porque había descubierto que casi todas estas señoras solían estar acompañadas por sus nietas o empleadas. Eso fue interesante, descubrir una a una a estas mujeres y jovencitas y sus monótonas vidas fue interesante. Entre las empleadas encontré a mujeres aburridas y poco solícitas que se aguantaban los malos tratos solo para llevar el pan a su mesa( viudas, solteras con hijos a cargo, separadas…), nada que realmente me llamase la atención más que para observar su comportamiento desde el lugar que les tocaba ocupar. En cambio entre las nietas todo fue distinto: eran jovencitas dulces que solían sentarse junto a sus abuelas y verlas y verme en silencio como espectadoras de esas charlas cargadas de misticismo que no creo comprendieran bien; algunas de ellas, las más grandes de edad, solían arriesgar alguno que otro pensamiento surgido de la duda filosófica que a todos nos invade cuando hablamos de teología, pero siempre mi palabra ( mi mentira) era la última palabra, la más sabia, y nadie llegó nunca a cuestionarla porque no hablaba de mí cuando lo hacía sino de un dios por medio de sus sagradas escrituras.
Conocí a Anika en una de esas casas. Yo tendría por entonces unos veintitrés años y ella quince, no más. Era una jovencita alegre que había llegado a mi pueblo de visita ese verano y se quedaba en casa de su abuela hasta que sus padres viniesen a buscarla casi a tiempo para comenzar nuevamente las clases. Estudiaba, eso supe, y tenía dos hermanos menores que no viajaron porque vendrían con sus padres a buscarla y entonces estarían una o dos semanas también en casa de su abuela. Su abuela estaba muy enferma, recuerdo, y necesitaba cuidados constantemente por lo que tenía a dos mujeres trabajando para ella y a un jardinero que se encargaba de mantener no solo el afuera de ese gran caserón de principios de siglo sino también las conexiones eléctricas, de gas y cualquier otro arreglo que surgiera en el momento. A él no lo conocía, a sus mucamas sí: una de ellas era amiga de mi madre y la otra vivía a tres cuadras de mi casa. Yo siempre era bienvenido allí.
La primera vez que vi a Anika un escalofrío me recorrió de norte a sur el cuerpo, fue como un golpe, como despertar a la realidad luego de un mal sueño. Recuerdo que fui al caserón como estaba previsto, como cada jueves por la tarde, y golpee a la puerta esperando saludar a una u otra de las acompañantes de la dueña de casa( como siempre), pero me sorprendió gratamente la figura fresca y delicada de esta jovencita invitándome a pasar. Se presentó, me presenté, y ya nada fue igual en mis visitas de los jueves por la tarde: se me metió hasta en los sueños como un dolor insoportable. Hasta entonces yo había estado más que tranquilo en mi papel de buen samaritano, no había vuelto a “pecar de pensamiento, palabra, obra u omisión”… pero luego de verla volvió mi peor versión y todos mis días, mis noches, mis sueños, los dediqué a planear cómo hacerme con ella: comencé a seguirla, a espiarla, a estudiar sus horarios de entradas y salidas en la casa y fui haciéndome un mapa mental de cómo la cazaría al fin; iba a tenderle una trampa.
Ella no salía mucho de la casa y casi que no trataba con ninguna chica de su edad porque no conocía a nadie así que un mediodía, a la hora del almuerzo, le plantee a mi padre que para recaudar más fondos para la iglesia podíamos hacer volantes invitando puerta a puerta a los vecinos a inscribirse e inscribir a sus hijos u otros familiares en el campamento de verano; esbocé la idea de poner luces en el lugar que teníamos en el río para bañarnos y hasta me propuse para arreglar y acondicionar las cabañas que estaban en desuso por falta de presupuesto. ¡Obviamente…mi padre aceptó gustoso!.
Un día ayudé a escribir la invitación para los vecinos, al siguiente hice la nota de materiales que precisaría para acondicionar el balneario del campamento de vacaciones, al tercero llevé las herramientas y dos semanas más tarde todo estaba en condiciones para recibir a quienes deseaban disfrutar de este espacio arbolado y florido que mi familia tenía a orillas del río y por años había servido como campamento de verano a una u otra escuela, y ahora yo lo transformaría (por esta vez) en mi coto de caza. Era un lugar bello y desolado que se encontraba a tres kilómetros del pueblo y dos kilómetros de la casa más cercana. Por años supo ser mi escondite preferido cuando mi padre me buscaba para castigarme en esos tiempos en que decía que el demonio buscaba habitarme, ahí jamás me encontró, yo me volvía parte del paisaje cada vez que escapaba.

Las invitaciones surtieron efecto prontamente. En aquel lugar donde nunca pasaba nada la idea de tener un sitio para recrearse en familia fue muy tentadora. Pronto el lugar se llenó de visitantes y de carpas y automóviles, tomaron todo el lugar gustosamente y lo disfrutaron como a propio. Jamás hubo tanta gente en él; mi padre estaba exultante.
El primer paso estaba dado, entonces debía dar aquel segundo paso para atraer a Anika y no ser tan obvio ni directo así que apelé a las fieles ayudantes de la iglesia y les propuse buscar ayuda sumando a otras jovencitas que desearan ser útiles cuidando a los niños en el campamento. La idea también fue bien recibida así que con esta propuesta que pronto sería puesta en marcha, fui al caserón y entre charla y charla con la anciana le hice saber a Anika (que siempre estaba junto a su abuela) cómo podía hacer más interesante su estadía en el pueblo sin dejar de acompañarla. Jamás hablé con ella, no era eso lo que yo quería, solo quería que me escuchara así que usé esa charla con su abuela para que se interiorizara de lo que estábamos haciendo y del hermoso lugar que poseíamos para poder recrearse; los horarios en que un colectivo iba desde el pueblo al campamento y aquellos en que volvía. Toda la información que pude dar la di ese día, más tarde llegaron las mujeres que anotaban a las postulantes para ayudar con los niños( yo ya no estaba), y ella solo hizo lo que estaba previsto: se anotó.